lunes, 28 de septiembre de 2009

Ser o no ser K

¿Qué significa hoy "ser kirchnerista"? Debo reconocer que esta cuestión me significó, durante algún tiempo, adoptar una postura bastante tibia al respecto. Me refiero a que cada vez que alguien me pedía que me defina políticamente, yo entraba en tren de inútiles justificaciones, tratando de explicar lo que en realidad no precisaba tanta explicación. En esos casos, mis respuestas eran algo así como:

"No soy oficialista, osea... de alguna manera sí, pero tengo mis críticas a este gobierno, eh".

"No, kirchnerista no, en realidad yo apoyo a este gobierno en lo que yo creo que merece ser apoyado y critico lo que creo que merece ser criticado, no soy un fanático".

"En líneas generales, sí, creo que este gobierno hace las cosas bien, y que tiene un proyecto de gobierno que merece ser apoyado... pero ojo que tampoco me como ninguna, eh, guarda".

Efecto residual, estimo, de toda una historia ligada a aquello que mi generación (los "treintaypico") viene arrastrando desde la década neoliberal: esa cosa culposa/sospechosa sobre todo lo que tiene que ver con la política, la cual se había convertido en una mala palabra. Era sinónimo de corrupción, de negociado, de mentira, de cosa turbia y sucia. De algo propio de rufianes. La década menemista hizo que mi generación crezca desencantada y desentendida de la política, de la militancia y del compromiso. Luego, la caída de De La Rúa y el "que se vayan todos", si bien representó el sentimiento totalmente válido y justificado de una época (diciembre del 2001 y después), profundizó aún más esta tendencia. El pueblo se despertó y ganó las calles en el 2001, pero no reclamó una renovación de la clase política. Directamente pedía que ésta desaparezca por completo.

Nuestra generación de militantes políticos carga con esa idea que quedó tan instalada en el imaginario popular: involucrarse en política es ensuciarse. E involucrarse a favor del gobierno de turno significa, en adición, ser prácticamente un criminal. O un idiota. O un cómplice de algo presuntamente ilícito. O todo junto y al mismo tiempo.

Y, para colmo de males, hoy día defender al kirchnerismo significa enfrentarse con un aparato propagandístico demasiado grosero, que instala una serie de consignas y conceptos contra los que se torna difícil combatir. No porque éstos sean en general coherentes o razonables (algunos efectivamente sí lo son, desde ya), sino porque el bombardeo es demasiado intenso. Los medios masivos de comunicación ocupan horas y horas en radio y televisión, y páginas y páginas en publicaciones gráficas e internet, en demonizar al "matrimonio presidencial".

Entonces, ser kirchnerista hoy es una tarea harto complicada. Pero que, justamente, debe ser abordada con grandeza y convicción, porque justamente son éstas condiciones las que la situación demanda, al estar nosotros batallando en un terreno sumamente adverso. De nada sirve plantarse a discutir con culpa (¿con culpa de qué?). De nada sirve decir que uno es kirchnerista en voz baja. Quitémonos de una vez esa carga de la que no tenemos por qué hacernos cargo. Somos jóvenes, somos militantes, somos peronistas, tenemos nuestras razones, tenemos una posición tomada y estamos en esto porque queremos hacer las cosas bien. Venimos a renovar la clase política, sea como sea.

¿Querían que se vayan todos? Pues nosotros venimos a sacar a los viejos a patadas. Y el kirchnerismo, hoy en día, y con sus errores y todo, es un buen punto de partida para hacerlo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

La ley de servicios audiovisuales y el lamentable rol de la oposición

Lo primero que pensé el otro día (el lunes 14/9), apenas después de que la presidenta anunció, en la conferencia de prensa que dio sobre el proyecto de ley de servicios audiovisuales, que se modificaba el artículo en el cual se permitía a las empresas telefónicas entrar en el negocio de la televisión por cable, fue algo así como "¿y ahora de qué se van a disfrazar los que esgrimían como argumento eso de que 'se va a cambiar un monopolio por otro' como excusa para no apoyar este proyecto de ley? ¿qué van a decir ahora para negarse a votar a favor?". Por supuesto, no albergaba grandes esperanzas en cuanto a lo que pudieran decir los diputados de la Coalición Cívica, la UCR y el PRO. Ya han demostrado sobradamente que son capaces de decir y hacer lo que sea, de transar con quien sea y de defender a quien sea, con tal de oponerse a cualquier iniciativa que este gobierno tome. Basta recordar los dichos de Lilita Carrió, cuando dijo que no tenía "ningún problema en defender a llamados grupos económicos si es en defensa de la libertad de expresión", en un rapto de sinceridad ideológica que pocas veces le he visto. Desde ya, Francisco De Narváez, Gerardo Morales, María Eugenia Estenssoro, Oscar Aguad, Patricia Bulrich y varios otros impresentables dijeron barrabasadas de tono similar, agitando una y otra vez los fantasmas del totalitarismo y del fascismo, mencionando a Franco y a Mussolini, a "la Venezuela de Chávez" (y, de paso cañazo, pegándole al compañero bolivariano), y abusando de otros archigastados lugares comunes. De todas maneras, prefiero quedarme con la frase de Carrió, por ser la más elocuente, a modo de ejemplo.
Fue así que, luego de dos días de declaraciones altisonantes y cargadas de alarmismo, se llegó al día en que debía tratarse la ley en la cámara de diputados.
Debo decir que la actitud que demostraron durante la sesión los representantes de los partidos anteriormente mencionados me resultó directamente bochornosa. Me hacían acordar a... ¿Vieron cuando un abogado, al defender a un indefendible, recurre a las argucias legales más rebuscadas, a las piruetas más infames, a las excusas y argumentos más irrisorios, con tal de que no se condene o de que se le reduzca la condena a su defendido?. Bien, los diputados opositores se la pasaron alegando demencia. Se la pasaron apelando a tecnicismos y a supuestas irregularidades (que jamás fueron tales) para invalidar, como sea, la sesión. Pusieron todos los palos en todas las ruedas que pudieron. Usaron uno tras otro el recurso de las "cuestiones de privilegio" cuando no correspondía bajo ninguna excusa. Y disfrazaron, escondieron y mintieron su verdadera y solapada intención: defender a la actual ley de radiodifusión de la dictadura, y a los monopolios que de ella se benefician. Sus maniobras eran desesperadas. Eran verdaderos manotazos de ahogado, tratando de evitar lo inevitable, a toda costa. El espectáculo era patético.
Por el contrario, los diputados del Movimiento Popular Neuquino (MPN), Encuentro Popular, la Concertación, Solidaridad e Igualdad, el Partido Socialista y, obviamente, el Frente Para la Victoria, demostraron estar a la altura de las circunstancias históricas.
Y es que algunos discursos fueron francamente memorables: Eduardo Macaluse (de Solidaridad e Igualdad), por ejemplo, se preguntó: "¿Cuál es la tentación de la oposición?", para luego responderse: "Buscar el favor de los grandes dueños de los medios de comunicación, que no quieren ser regulados. Esto es lógico y natural. No nos tenemos que enojar con los dueños de los medios porque no quieren ser regulados. Simplemente tenemos que regularlos. Esa es la obligación que tiene el poder político". La ovación no se hizo esperar.
Patricia Vaca Narvaja, del Frente Para la Victoria, le recomendó a los diputados ausentes que "lean la Constitución", al referirse al tema de la autoridad de aplicación, recordándoles que "en ningún lugar del mundo, salvo uno ya mencionado como Gran Bretaña, esto existe" en relación a si la autoridad de aplicación debería ser dependiente del Congreso, como plantearon anteriormente varios diputados en ese momento ausentes.
Claudio Morgado, también del FPV, cerró su discurso diciendo que "con esta ley vamos a democratizar la palabra, vamos a volver a construir la información como un bien social para que nunca más ocurra que un medio, tras negociar con un gobierno la reducción de su deuda, manipule la información diciéndonos que la masacre de Kosteki y Santillán sea titulada como 'La crisis se cobró otras dos víctimas'", y también fue ovacionado.
Párrafo aparte merece la contundente, valiente y encendida disertación dada por Carolina Moisés, diputada del FPV por la provincia de Jujuy. Paso a reproducir algunos de sus dichos:

"El enemigo de la libertad de prensa –a la que nosotros queremos tutelar fundamentalmente- es la falta de libertad que tienen los comunicadores sociales que deben ejercer esa libertad de prensa, porque tienen intereses y porque dependen de quienes los emplean y desde dónde van a escribir".

"...cuando todos los medios de comunicación dicen lo mismo, ¿cómo contrasta la gente si lo que dicen no sólo lo muestran con una imagen, con el saber de quienes tienen la solvencia intelectual, sino que cada vez que cambia de canal ve exactamente lo mismo?".

"Estoy convencida de que la futura ley es urgente en este país. Estoy también convencida de que muy poco honor le hacen a la democracia, a las instituciones y a la República los que se llenaron la boca hablando de todo esto, y hoy están de rodillas, allá, frente a las cámaras de televisión".

Vale la pena leer, y si es posible, ver el discurso entero. En Youtube está. Y, como broche de oro, Agustín Rossi, el titular del bloque del FPV, dio la estocada final:

"Yo me tomé el trabajo de ver qué decían los diarios el día siguiente al 15 de septiembre de 1980. El diario “La Nación” decía: “Sanciónase la ley de radiodifusión”, y en el otro rincón –para demostrar que ese era el diario “La Nación” decía: “Memórase la gesta de 1955”. Este diario es del 16 de septiembre de 1980. Y por su parte el diario “Clarín” decía: “Privatizarán 66 medios de radio y TV”.
Si uno analiza los dos principales diarios, observa que tienen títulos bastante asépticos, por decirlo de alguna manera, es decir, ni a favor ni en contra. ¿Será así mañana? ¿O será que a la ley de la dictadura le van a dar un tratamiento más indulgente que a la ley de la democracia?".

Acto seguido vino la votación y ocurrió lo que ya sabemos. No podía ser de otra forma.
Ahora, no puedo evitar volver a pensar en la situación de los legisladores y funcionarios que se oponen a que se apruebe esta ley, y tampoco puedo evitar preguntarme: ¿Cómo se sentirá estar en el lado equivocado de la historia? ¿Cómo se sentirá parecerse más a Uriburu que a Yrigoyen, o más a Aramburu que a Perón? ¿Qué pasará por las cabezas de quienes, a sabiendas (y estoy seguro de que es a sabiendas), juegan a favor de los poderosos y en desmedro de los más débiles? Que no me vengan a decir que, por ejemplo, Fernando Iglesias realmente cree que esta sea una "ley mordaza", como dijo en varios lugares. Se puede entender que un ciudadano común y corriente, que no leyó la ley y que es azuzado por los medios masivos, repita esa consigna. Pero del señor Iglesias, que sí la leyó, sólo puedo inferir dos cosas: o que no entendió lo que leyó cuando leyó la ley, o que miente con descaro. No hay forma alguna de que se pueda esgrimir semejante falacia basándose en ninguno de los artículos que componen el proyecto de ley. Y que tampoco me vengan con que Macri (¡Macri, justamente!) no piensa para sus adentros "cómo me estoy mandando la parte" cuando dice, como dijo anteayer, que "este es el gobierno más fascista que hemos tenido en años". Claro, perseguir y criminalizar cartoneros no es fascista, pero enviar al congreso un proyecto de ley que fue construido y que es avalado por una enorme cantidad de intelectuales, estudiantes y profesionales de la comunicación y organizaciones sociales sí lo es.
Estos nefastos personajes tienen reservado un lugar en la historia, y uno no muy digno que digamos. Y esto, seguramente, lo deben tener en claro desde hace ya un largo rato.

lunes, 7 de septiembre de 2009

¿Qué onda, Pino?

El viernes estuvo Pino Solanas en Ciudad Universitaria, en la facultad de Psicología, dando una charla/debate sobre diversos temas (la ley de medios, las elecciones legislativas de junio, su proyección para el 2011, los recursos naturales, etc). El motivo de su visita fue la presentación de su libro "Causa Sur" en la Feria Del Libro, y de su nuevísimo documental "Tierra Sublevada: Oro Impuro", en la Ciudad de las Artes. Así que me decidí a asistir.
Antes que nada, debo decir que Pino siempre me cayó bien. Sus documentales me parecen un aporte muy valioso para entender al neoliberalismo de los 90s y sus consecuencias, y sus críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina siempre me parecieron de lo más atendible, a diferencia de lo que es el resto del arco opositor. Cuando el gobierno toma alguna medida "polémica" (o, mejor dicho, que los medios califican como polémica), siempre trato de ver qué tiene Pino para decir. Porque, no olvidemos, Pino es peronista. Pino es aquél de la "Actualización política y doctrinaria para la toma del poder". Pino, en principio, no es ningún gil. No es ni el gorila enardecido de Biolcatti, ni la pitonisa demente de Carrió, ni el mediocre e impresentable de Gerardo Morales. Pero, por sobre todas las cosas, Pino no es un mal tipo.
Y es por eso que me jode tanto verlo tan subido al tren de la oposición. Escucharlo repetir el discurso barato que utilizan los más pedorros figurones opositores, como cuando dice que "Cristina es autoritaria" o que la ley de medios "no se puede discutir en 15 días", como hizo este último viernes, me rompe las bolas.
Y es ahí que uno vuelve otra vez sobre aquello de la izquierda funcional a la derecha. ¿Hasta qué punto Pino no termina jugando, inclusive, en contra de sus propios intereses, al asumir la postura que asume? ¿Hasta qué punto es consciente Pino de que sus críticas tienen cada vez menos de constructivas y más de ataques, al más puro estilo Clarín, destinados sistemáticamente a desgastar la imagen del gobierno nacional?
Quiero creer que su exagerada postura anti K más bien responde a una cuestión estratégica, pensada de cara a las elecciones del 2011 y para ganar el voto de aquellos a quienes el Grupo Clarín convenció de que Néstor y Cristina son el demonio en pinta, y no que es en serio que está taaaaaan enojado con este gobierno. Porque ahí es donde uno empieza a sospechar si Pino no se convirtió en trotskista o algo por el estilo.
No dudo de sus sanas intenciones. No creo que detrás de su discurso haya una solapada intención de defender los intereses de algún gran monopolio (joder, sería el colmo) ni que su verdadero objetivo sea que este gobierno termine antes de tiempo, como sí lo es el de varios (y vaya que los conocemos y que los vemos a diario por la tele). Pero sí creo que está meando fuera del tarro.
Vamos Pino, se puede criticar a este gobierno sin terminar pareciéndose a Jorge Altamira.